El Empíreo: Golfeado

Golfeado

Por Luis Farage Salima

Dado a que nos encontramos en el mes de diciembre, y están próximas las fiestas y celebraciones, vemos que la gastronomía nacional toma un rol más protagónico en la cotidianidad. Podemos apreciar también que le agrega un carácter intimo a estos días de celebración, debido a las reuniones familiares y a que en cada hogar hay una sazón y tradición distinta.

Es por esto que hemos decidido relatar el génesis de otro platillo tradicional venezolano, que a pesar de que no tenga mucho que ver con la época decembrina, si tiene su lugar en la tradición, sobre todo, caraqueña.

Dicho plato es el Golfeado. El golfeado, para quienes no lo conozcan, es un tipo de pan dulce enrollado de forma similar a la de un caracol, relleno, dentro de sus pliegues, de papelón, canela, queso blanco rallado y anís horneado, para ser aromatizado; en ocasiones, y a gusto personal, se suele acompañar con una tajada de queso de mano.

Este dulce, como dijimos anteriormente, está presente en la tradición venezolana, al punto que se puede encontrar sin dificultad en casi cualquier panadería. También ocupa un lugar en la tradición venezolana, más allá de por ser autóctono, por el que le dan las personas en su vida diaria. A algunos les gusta comerlos antes de salir de viaje o en una parada, tras llegar de una fiesta, en algún momento o fecha específica del año, etc.

El origen de este dulce proviene de Petare, que solía ser una zona cafetalera, donde había unos pequeños caracoles cuyo caparazón era en espiral, a los cuales llamaban golfeados, por esto, los obreros de aquel lugar asociaron el postre en espiral de una panadería local, con la forma del caracol, y le dieron ese nombre al platillo, además de asociarlo con la flojera del panadero de hacer un plato bien hecho, por su forma rudimentaria y por la mezcolanza de sus ingredientes.

Con esto buscamos, además de contar una agradable historia sobre el origen de un postre típico caraqueño, invitar a conocernos un poco más como sociedad y cultura y ver que si se mira con detalle debajo de nuestras narices y entre lo cotidiano podemos encontrar algo bello o simpático, que puede provenir del lugar menos esperado.

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