El Empíreo: Retrato de un César

Retrato de un César


Por: Anakarina Fajardo




El poder es igual a cualquier bomba: se opera con cuidado, o explota…


El diccionario de la Real Academia Española define el concepto de “cesarismo” como un “sistema de gobierno en el cual una sola persona asume y ejerce los poderes públicos”. Se trata de un término que, vigente hoy día, posee una gran referencia histórica: el mandato absolutista y personalista del emperador romano Julio César; lo que demuestra que la historia arcaica se patentiza en la realidad actual, resaltando que el conocimiento de los fundamentos históricos puede ayudar a crear ideas profilácticas frente a las injusticias de nuestra cotidianidad. Al mismo tiempo, se destaca el aporte del ilustre sociólogo, historiador, escritor y periodista venezolano, Laureano Vallenilla Lanz (1991), quien añadió la expresión “cesarismo democrático”, con la finalidad de hacer alusión al proceso de votación como medio de reelección y legalización de un líder puramente altruista y reconocido, cuya magnanimidad garantice el orden y la regeneración de una sociedad políticamente inestable. El cesarismo no consiste, entonces, en otorgarle el mando a un individuo que no cometa ninguna injusticia, sino en designar a uno que, pudiendo ser injusto, no pretende serlo.

Resulta paradójico que una situación turbia e ignominiosa para el pueblo resulte, a su vez, propicia para la llegada del César y de la serie de cualidades positivas y negativas que suelen acompañar su regencia.

El simple hecho de que en un solo hombre recaiga el control de los poderes públicos puede dar paso al desarrollo de un gobierno personalista y, por consiguiente, al quiebre de la soberanía de una nación que se supedita a la voluntad de un dirigente que, probablemente, caerá en la tentación de abusar de su poder para involucrarse en todos los aspectos de la vida cotidiana. Recordemos que “la historia no avanza con base a la razón y el cálculo, sino que resbala por abismos de pasiones casi siempre incontrolables”. (Romero, 2006: 2).

Otro elemento que acompaña y fomenta al régimen cesarista es el culto a la personalidad del líder en cuestión. Esto se caracteriza fundamentalmente por la devoción omnímoda al mandatario por parte de una sociedad pusilánime que le defenderá con fervor y que reconocerá como veraz todo lo que este decrete. De igual manera, se despliega una gran cantidad de imágenes y lemas a favor del dirigente, con el objetivo de mantener viva la ardiente llama de fidelidad tanto en los corazones de los antiguos partidarios de esta corriente política como en los de los neoconversos.

Así pues, la polémica es la siguiente: ¿Tomará el César democrático el camino honrado de la filantropía ciudadana o, por el contrario, se desviará por el sendero leonino de la opresión?

Para contextualizar este tópico en el conjunto de fenómenos que ocurren a diario en la realidad venezolana, vale utilizar al líder que puede ser catalogado como la figura mayormente vinculada con la aplicación negativa del cesarismo en el siglo XXI: el expresidente Hugo Chávez Frías, un regente que asumió el control total de los poderes públicos y que fue tan carismático como para esconder sus verdaderas intenciones. Gracias a su constante práctica de la expresión “pan y circo”, vendó los ojos de las masas y les cegó ante las controversias nacionales, mientras satisfacía las necesidades básicas del pueblo y les ofrecía actividades lúdicas de baja calidad que les distrajeran de los auténticos problemas. Además, través de su impecable oratoria, invocaba los prejuicios, los miedos, las emociones y las esperanzas de la gente para ganar su apoyo y así mantenerse en el poder como un hombre aparentemente comprometido con el bien común, pero siendo, de hecho, otro revisionista histórico que tergiversaba la realidad para aumentar su intervención en todos los poderes públicos y fomentar el odio entre los ciudadanos. A medida que su dominio crecía cada vez más, Chávez Frías aplicaba la estrategia tiránica de embrutecer, dividir y enmudecer a la población: por conveniencia, no se invirtió lo suficiente en la educación; por deficiencia, los individuos no se instruyeron justamente; por ignorancia, el sentido de pertenencia desapareció; por apatía, se discriminó e insultó al que pensó diferente; y, por ambición, se silenció toda posibilidad de expresarse contra el ideal chavista.

Una vez llegado a este punto, vale hacer alusión al pedagogo y político venezolano, Luis Beltrán Prieto Figueroa (2006: 15), quien explicó en una oportunidad que “la preocupación de Bolívar por los problemas educativos está en sintonía con su pensamiento político, ya que, para él, el ejercicio de la democracia solo es posible si hay educación y libertad…”. Esta declaración da cabida a una interrogante: ¿Qué tanto se interesaba Chávez por el bienestar popular si, violando la ideología del Libertador – a quien tanto glorificaba –, se preocupó más por la cifra de ciudadanos instruidos “en Revolución” que por la calidad de los conocimientos que adquirían a diario?

Aunque admito que muchos de los venezolanos que nacimos y vivimos nuestra infancia bajo el régimen de este César de la educación mediocre, hayamos podido ser un grupo de incompetentes respecto a los fundamentos de la patria; no justifico en lo absoluto nuestra falta de interés por conocer más de los principios de Venezuela. Los pérfidos gobernantes que nos dominan no se han preocupado siquiera por elaborar discursos más creíbles y, mucho menos, por actuar siguiendo los valores que una vez promulgamos como nación soberana; sin embargo, ¿para qué molestarse por intentar engañar a los que ya están convencidos? Todo esto hace aún más inaudito que el pueblo no se rebele y no se dé cuenta de que alguien se está burlando de la patria, pero ¿cómo reaccionar ante algo que se desconoce? Lo más deplorable de esta situación es que la gente permanecerá ajena a aspectos que no considera de su incumbencia y no presentará el sentido de pertenencia requerido para demandar lo que le corresponde, siempre y cuando continúe siendo parte de esa población pusilánime y superficial.

Al igual que el César democrático, cada ciudadano debe decidir si tomar el camino correcto o si desviarse por el atajo equivocado. Si bien es imposible predecir el futuro y medir con exactitud el impacto de nuestras acciones, entendiendo el pasado se construyen antídotos contra las injusticias del presente y se defienden los valores de la genuina Venezuela: un país cuya partida de nacimiento se basa en principios de “escrupulosidad, circunspección y exactitud”; una patria con siete, y no más que siete, provincias fundacionales; una nación con el instinto luchador en su sangre, pero que, hoy día, se ha diluido con la sumisión ante la opresión. Aquí radica la importancia de que cada individuo critique reflexivamente e impida su conversión en un súbdito de aquellos que poseen el control, lo cual equilibraría la sociedad, disminuiría la indiferencia de la población y desarrollaría el orgullo del venezolano por su tierra.

Si una persona no aprecia lo suyo, nadie lo hará por ella; pero ningún ser humano puede amar aquello que desconoce…







BIBLIOGRAFÍA

Prieto Figueroa, L. (2006) El Magisterio Americano de Bolívar. Caracas. Biblioteca Ayacucho.

Romero, A. (2006) Cesarismo venezolano. [Versión electrónica] Aníbal Romero. Recuperado el 19 octubre 2014 de, http://www.anibalromero.net/Cesarismo.venezolano.pdf

Vallenilla Lanz, L. (1991) Cesarismo Democrático y otros textos. Caracas. Biblioteca Ayacucho.

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