Por: Jeslin Valbuena
Actualmente me encuentro cursando el tercer año del que es, según Gabriel García Márquez, "el mejor oficio del mundo": el periodismo. De hecho, cada día que pasa y que conozco más a fondo mi carrera, entiendo mejor lo que quiso decir Don Gabriel.
El periodismo tiene su encanto: vivir aventuras, tomar riesgos, ir contra corriente, descubrir lo que otros ocultan, ir al fondo de un asunto, una historia inédita, todos los días de trabajo son distintos porque siempre hay novedades,... podría seguir con una larga lista, pero pienso que lo más apasionante del periodismo es el poder que tienes al momento de escribir, la responsabilidad que esto conlleva sabiendo que miles de personas leen tus palabras y quizá algunos de ellos están aprendiendo a leer con un titular que tu redactaste. Pero más allá de esto, el hecho es que lo que escribas va a influirá a groso modo en los lectores, en su forma de pensar, juzgar y ver alguna situación, hecho o persona. Por esta razón, Ryszard Kapuscinski, maestro de este oficio, nos dejó claro una verdad indiscutible: "Las malas personas no pueden ser buenos periodistas".
No es necesario leer las noticias para darse cuenta de la situación que atraviesa Venezuela, tampoco es necesario que de detalles al respecto, pues la realidad nos golpea la nariz todos los días en las calles, supermercados, en el trabajo, etc., y con gran frecuencia escucho frases como estas: "¿estudias periodismo?, ay... pobrecita, ¿con el país como está?", "No chica, los periodistas están pelando". Otros intentan dar más aliento, sin éxito: "bueno, si te vas del país te iría buenísimo". Y la clásica: "aquí no existe la libertad de expresión, no podrás ejercer el periodismo". Respeto cada una de estas opiniones, pero no las comparto, al menos no del todo. Es evidente que cada vez es más difícil trabajar de forma digna, pero señores, creo firmemente que no es imposible.
Del poemario "Estado de Sitio" escrito por Rubén Osorio Canales, poeta, escritor y dramaturgo venezolano, saqué un extracto que reza así: "rogar piedad denigra, que cada quien lleve su carga al hombro y sin llorar. Es cuestión de dar el combate de los días, abrir las puertas y ventanas y hacer salir el maleficio. Busca la brújula, oriéntala hacia el sol, siempre hacia el sol (...) que cada enemigo pida perdón y cumpla penitencia; que caiga el tiempo hecho herrumbre; que caiga la intolerancia; que sucumba todo lo marchito; que matemos a lo abyecto y apaguemos los infiernos sembrados en nuestro espacio; y así, al final del combate, nos quedará solo el amor para contarlo".
Sin ánimos de pasar por ilusa, pienso que las crisis traen consigo oportunidades gigantescas para quienes afrontan estas circunstancias de carencias de forma positiva y con ganas de generar cambios. Puesto que nada es para siempre, yo quiero creer que esta situación tampoco lo es. Veo con esperanza el ejemplo de Chile: durante la dictadura de Pinochet, una inmensa cantidad de jóvenes huyeron de su país, estudiaron y se volvieron profesionales en universidades extranjeras. Cuando la dictadura cayó, la mayoría retornó a su tierra natal, y Chile se levantó con un nuevo sol en el horizonte. Por supuesto no fue fácil, pero fue posible.
Gracias a un profesor apasionado por su vocación, llegó a mis manos un libro llamado "Lo Afirmativo Venezolano" del gran Augusto Mijares, ilustre escritor, historiador y educador venezolano. En dicha obra, encontré un sin fin de luces que me han dado aliento para pensar que la gran esperanza de este país es su gente. Pero la verdad es que aún en los peores momentos de nuestras crisis políticas -dice Mijares- no se perdieron totalmente aquellos propósitos de honradez, abnegación, decoro ciudadano y sincero anhelo de trabajar por la patria. Aún en las épocas más funestas puede observarse cómo en el fondo del negro cuadro aparece, bien en forma de rebeldía, bien convertidas en silencioso y empecinado trabajo, aquellas virtudes (...) siempre un mártir, un héroe o un pensador iluminan el fondo y dejan para la posteridad su testimonio de bondad, de desinterés y de justicia. Tras estas líneas, no puedo dejar de pensar en la generación del 28 y el legado que nos dejaron.
Yo creo en lo afirmativo venezolano, en nuestras ganas de salir adelante, de trabajar a pesar de las adversidades, en nuestra singular forma de resolver los problemas y hacer de trizas corazones. Yo creo en nuestro ingenio y capacidad para generar un cambio, en nuestra nobleza. Pero este cambio no está en la calle, el cambio que queremos empieza en nuestras casas. La crisis nos afecta a todos por igual, lo que no es igual para todos es la forma de afrontarla. Cada quien decide qué hacer: si echarse a llorar y quejarse, o salir y hacer la tarea de defender lo que es nuestro.
"Héroe es el que resiste cuando los otros ceden; el que cree cuando los otros dudan; el que se rebela contra la rutina y el conformismo; el que se conserva puro cuando los otros se prostituyen" -Augusto Mijares.