Las personas tenemos cierto gusto por lo podrido. Podemos tomar
como ejemplo la alta valoración y necesidad que sentimos por ciertos alimentos
como el vino, el yogurt, el pan, la cerveza y el queso en nuestra cotidianidad.
Además, en muchos casos, su valor crece mientras más pasados de fecha estén. Un
queso, mientras más maloliente sea, en principio, más sabroso será, un vino
mientras más añejo, más apreciado será su sabor y olor. En ambos casos, no es
cierto que todas las personas lleguen a apreciar con la debida profundidad estos
placeres. Apartando lo que puedan saber los sommeliers y otros pocos expertos en placeres
gastronómicos, son muchas más las personas que siguen estas tendencias por seguir
tendencias pretenciosas que les hacen sentir parte de una alta sociedad. También alcoholes producidos
por la fermentación como el sake o la cerveza, son bebidas prácticamente rituales, cada uno
en su cultura originaria, que han trascendido más allá de su simple propósito
inicial de algo hedónico. En el caso del yogurt ha sido asociado con la salud,
un tanto irónico debido a lo que es, y el pan está tan presente en el día a día
que no podemos imaginarnos sin su presencia en alguna comida; además tan
presente está en nuestra vida que hemos visto su gran importancia en la
historia, ya sea su relevancia en la religión cristiana, su vinculación con la
idea de compasión al ser compartido o que su escasez e imposibilidad de compra
(junto con la del queso) fueran de los detonantes de la Revolución Francesa.
Con esto buscamos simplemente ilustrar la
importancia y el cómo han nutrido estos “productos de la descomposición” a nuestra
sociedad que de por si está descompuesta. Si bien vemos que hoy en día en el
mundo parece haber cada vez más atrocidades, haremos énfasis en la sociedad
venezolana, dado a que es el caso que nos atañe. Los problemas de nuestra
sociedad no son un misterio para nadie, hay una fuerte pérdida de los valores y
de la moral, hay una fuerte crisis de identidad nacional y un desprecio y
olvido por la cultura y por nuestra propia historia. Mario Briceño Iragorry,
nos advirtió y diagnosticó todos estos problemas desde mediados del siglo
pasado y propone como una solución, basada en la fe, a modo de símil que lo que
hace falta en la sociedad venezolana es que llegue la levadura de calidad que
eleve al pueblo venezolano con los valores que tanto se han dejado de lado y
son tan típicos de nuestro pueblo, para así generar un producto de calidad.
Pero, y en tónica de seguir el símil de la levadura, esta levadura que
generaría un pan “ venezolano” lo hará por medio de la fermentación y este pan,
que es la venezolanidad ideal, se ha dejado en el olvido y se ha continuado
fermentado y por ende, descomponiendo. Como es bien conocido, al pan al
descomponerse y dañarse le salen hongos, que si bien bajo una mirada pesimista
podría significar el fin del ciclo de vida o la descomposición innegable del
cuerpo en cuestión, pero, por medio de una visión más optimista podrá verse lo
que supo ver Alexander Fleming cuando descubrió la penicilina, que quizás en
ese hongo o bacteria, que en una visión general causa daño, también se
encuentre la solución a las mismas dolencias. Quizás es eso lo que vive no solo
Venezuela, sino toda Latinoamérica. Hoy en día estamos en esa etapa de
descomposición y hay que aprender de esa propia putrefacción, de lo que
significan esos hongos, cosa que no
hemos hecho hasta ahora, para de ahí después de mucho tiempo, fermentándonos,
podamos
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