Paso a Paso
Por Patricia Fernández Schrunder
Cuando se habla de evolución usualmente asociamos la palabra al proceso biológico del cambio genético fenotípico de los seres vivos. Sin embargo, no es precisamente a ésta rama de la evolución a la que haremos referencia a continuación, sino que, en cambio, indagaremos hacia la evolución de las ideas, pues el progreso de las mismas han marcado la formación de la sociedad occidental a la cual nos enfrentamos hoy en el día a día.
Cuando se habla de evolución usualmente asociamos la palabra al proceso biológico del cambio genético fenotípico de los seres vivos. Sin embargo, no es precisamente a ésta rama de la evolución a la que haremos referencia a continuación, sino que, en cambio, indagaremos hacia la evolución de las ideas, pues el progreso de las mismas han marcado la formación de la sociedad occidental a la cual nos enfrentamos hoy en el día a día.
A partir de que comienza el paso de
nobleza a gentileza dado por el surgimiento de las universidades, el concepto
primitivo de sociedad que se tenía comienza a cambiar poco a poco. Al ocurrir
esta asociación entre maestros (magistrum) y estudiantes (scholarum),
provocando la aparición de las universitas en las cuales hay un interés
recíproco activo de aprender y enseñar, también causaron un cambio en el
pensamiento, el cual ahora es crítico pues se tienen bases para crear un
discurso acerca del sistema socio-político en el cual el hombre se desenvuelve,
generando a su vez individuos de libre pensamiento, independientes y prevenidos
de cualquier ataque manipulador de hombres turbulentos.
Ahora, si bien es importante
reconocer y cultivar la individualidad del hombre, también es importante
recordar que éste es un ser que vive en sociedad, por ende al ser parte de la
misma deberá renunciar a ciertos egoísmos en pro del bien común, es decir,
dejará de lado parte de su individualidad para someterse al contrato social, el
cual es planteado por Rousseau.
No se trata de dejar de lado todo lo
que hace a cada hombre diferente, sino abandonar aspectos extremos del egoísmo
por un bien social que al final traerá un beneficio para sí. Por esto se ha de
recordar la importancia y la necesidad de la existencia de la propiedad privada
y la singularidad de cada ser humano, aspectos resaltados en la Encíclica Rerum Novarum, donde se dice que, ya sea
por nuestras oportunidades económico-sociales, educativas o incluso hasta físicas,
no todos podemos ser iguales.
El querer vivir en una sociedad así
es utópico, pero podría llegar a ser tan absurdamente ideal que se volvería una
distopia, como se puede ver reflejado en el texto de Tomás Moro. ¿Es realmente
ese el Estado ideal, uno en el cual no podamos distinguirnos los unos de los
otros y nos encontremos sometidos a leyes sobre las que no podemos opinar, sino
seguir incondicionalmente porque es ‘lo correcto’? Ciertamente no. El verdadero
Estado soñado es aquél en el cual las libertades y derechos individuales sean
respetados a la vez que éstos no dañen y respeten el bien común de todos.
Sin embargo, para poder reconocer
todos estos factores debemos tener en cuenta la Historia. Si somos un pueblo
anti-histórico (como dice Mario Briceño Iragorry en Mensaje sin Destino), ignorantes de nuestro pasado, no podemos
progresar. Las ideas son sinónimo de libertad, las mismas se vuelven más fuertes
y consistentes en cuanto más nos conocemos. Si solo nos enfocamos en la
historia bélica en vez de la historia de los hombres recaemos en lo llamado Liturgia de las Efemérides, que es la
celebración de las fechas históricas con los próceres heroicos de protagonistas
sin prestar la más mínima atención a las ideas detrás de ellas.
La Historia es un todo que actúa sin
solución de continuidad. De la vida antigua arranca la obra nueva del progreso.
La tradición es el cauce que genera orgullo y valores en una nación.
En nuestro país parece que olvidamos
esto. Somos una espiral ascendente sin puntos de encuentro, recayendo una y
otra vez en los mismos errores. Sometiéndonos a tiranos que cumplen al pie de
la letra las características mencionadas alguna vez por Vittorio Alfieri.
Entonces, ¿por qué no empezar por
conocer el Acta de nuestra Independencia? ¿Por qué no conocer los legados que
nos ha dejado la modernidad, como por ejemplo, que el poder efectivamente ha de
ser limitado, que el político no ha de dañar al pueblo y que el proceso de
división de poder generará, al fin y al cabo, un catálogo de derechos con el
fin de proteger al ciudadano? Parece ser que es más fácil ocultarnos bajo la
excusa de ser una sociedad muy joven, pero debemos recordar que a pesar de que
la Edad Moderna fue rica en ideas, no es sino hasta la contemporaneidad donde
se ven aplicadas certeramente las mismas, pues fue en la modernidad el
surgimiento de los conceptos, pero éstos fueron evolucionando paso a paso,
hasta encontrarnos con la sociedad en la que vivimos. Queda ya de parte de cada
quién conocer más allá de lo que se puede ver en la superficie, profundizar en
los aspectos importantes para realmente hacer una diferencia con nuestro
discurso.
Debemos recordar que todo es cambio.
Y sin cambio, no hay progreso. Y no hay progreso sin ideas.
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