¿Por quién? ¿Para qué?
Por Gabriel Ascione
Desde la aparición de la imprenta moderna en el siglo XV, el acceso a la información se ha multiplicado exponencialmente. Actualmente no existe prácticamente información alguna a la que no se pueda acceder, ya sea en medios físicos o digitales. El nivel de información disponible es tan amplio que inclusive sin buscarla estamos expuestos a ella. Constantemente somos bombardeados por información en vallas publicitarias, comerciales de televisión, revistas, ventanas “pop up” en internet.
Sin duda alguna esto ha representado un gigantesco beneficio para los seres humanos, ha sido causa y a la vez consecuencia de grandes cambios sociales, económicos y culturales, que a la vez han brindado una mejor calidad de vida. Pero así como son incontables las ventajas que brinda el acceso ilimitado a la información, existen también algunas consecuencias negativas a las que esta sobreexposición nos ha llevado.
El escritor italiano Umberto Eco, puso en evidencia estos problemas de manera perfectamente puntual y objetiva en una entrevista para la revista Eco en el año 2013 al afirmar que:
"Internet no selecciona la información. No es todo lo que hay. Wikipedia hace un flaco servicio a los usuarios de Internet. Internet es todavía un mundo salvaje y peligroso. Todo llega allí sin jerarquía. La inmensa cantidad de cosas que circula es peor que la falta de información. El exceso de información provoca amnesia. El exceso de información es mala. Cuando no recordamos lo que hemos aprendido, nos gustan los animales."
En resumen, existe tanta información y espacios para su difusión que se diluye su fiabilidad y en segunda instancia es tanta la información a la que estamos expuestos, que tendemos a olvidarla con gran facilidad.
Pareciera que debido a las incontables plataformas de conocimiento, han desaparecido, ante nuestros ojos, los autores y el contexto en el que escribieron sus obras, así como aquello por lo cual sintieron la necesidad de postular sus ideas. Leemos diariamente un sinfín de ideas de diversos autores, nacionales e internacionales, sin conocer quiénes son y peor aún, sin sentir la necesidad de indagar sobre ellos. Por esta razón olvidamos quién escribió aquel libro de sociología en el que estudiamos el papel de la tecnología en la evolución de la economía y las sociedades, o quien escribió aquella novela en la que el protagonista estaba obsesionado con María.
El profesor Ramón Castro, en su catedra Fundamentos del Mundo Moderno en la Universidad Monteávila, repite con gran fervor la importancia de saber “leer entre líneas”. Una obra literaria, del género que sea, puede ser tan reveladora sobre el papel como en la historia de aquel quien escribió esas palabras. No es lo mismo y jamás lo será leer El Principe sabiendo quién, cómo, cuándo, dónde y por qué la escribió.
La información está ahí, eso no se puede negar, pero lo que no se debe olvidar es que esa información no apareció de la nada. Tiene una razón de ser, surgió de una combinación no fortuita de factores y pueden llegar a ser, en muchos casos, esos factores más importantes que las palabras plasmadas en el papel.
El antídoto entonces, no es otro más que un riguroso trabajo intelectual. Tenemos a nuestra disposición un gran poder, uno que nos compromete tal vez como a ninguna otra generación. Debemos aprender a valorar la información y a desarrollar técnicas que nos permitan convertir esa información en conocimientos, de otra manera, estaríamos desperdiciando aquello que podría ser fácilmente considerado como la mejor herramienta para el progreso.
Ante cada pedazo de papel que pase por nuestras manos o cada ventana de internet que se abra frente a nuestros ojos; cada artículo de revista o periódico que se cruce en nuestro camino, intencional o accidentalmente, debemos someterlo a un riguroso formulario de preguntas y en especial debemos preguntarnos: esto está escrito por quién y para qué.
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