El Empíreo: Soy ciudadano, soy todos los ciudadanos

Soy ciudadano, soy todos los ciudadanos


Por: Gabriel Ascione


Si se hiciera el experimento de preguntar a las personas qué significa ser venezolano, probablemente la gran mayoría respondería “haber nacido en Venezuela”. De igual manera, si se preguntara qué significa ser un ciudadano, responderían “vivir en determinada ciudad” y no estarían completamente errados.

La RAE define ciudadano como:
1. adj. Natural o vecino de una ciudad. U. t. c. s.

2. adj. Perteneciente o relativo a la ciudad o a los ciudadanos.

3. m. Habitante de las ciudades antiguas o de Estados modernos como sujeto de derechos políticos y que interviene, ejercitándolos, en el gobierno del país.

4. m. hombre bueno.

5. m. Aquel que en el pueblo de su domicilio tenía un estado medio entre el caballero y el trabajador manual.
Ambos conceptos, a pesar de definirnos como personas y ser parte integral de quienes somos, son abordados con extrema simpleza y superficialidad.

Estos mismos encuestados asegurarían, sin vacilación alguna, que sienten amor por la patria, orgullo de ser venezolanos pero, ¿cómo se puede sentir orgullo por un mero espacio geográfico? Tiene que haber algo más.

La superficialidad con la que se definen y manejan estos conceptos trae consigo una terrible consecuencia, el egoísmo. Se habla del hombre y el territorio que ocupa, se habla de sus derechos como ciudadanos, pero no se habla de sus deberes, más importante aún, no se menciona la conexión entre las personas que conforman la ciudadanía. En términos cotidianos esto se puede explicar con la siguiente analogía: la mayor parte de las personas se siente orgullosa de pertenecer a su familia, siente amor y defendería hasta la muerte a sus familiares. Nadie diría que se siente orgulloso de pertenecer a su familia porque viven en tal o cual urbanización, y si lo dijeran, se les consideraría como personas mezquinas.

Lo mismo sucede con la nacionalidad y la ciudadanía, si no se reconoce a los demás como parte de nuestra propia identidad, si no se entiende que todas las personas que nos rodean son parte de nosotros mismos, el amor que podamos sentir a la patria sería banal y mezquino.

Cuando un niño o inclusive un adulto no quiere comer, existe una frase cliché que inevitablemente se utiliza: “¿tú sabes cuántos niños en África se están muriendo de hambre?” y aunque no carece de validez ni de veracidad esta afirmación, es un reflejo de un fenómeno que ha existido en Venezuela desde que puedo recordar, y es que se viven realidades paralelas dentro de un mismo país. Consecuencia de ese egoísmo al que nos ha llevado la superficialidad, ignoramos las penumbras de los ciudadanos que forman parte de nosotros mismos e inconscientemente buscamos transportarlas tan lejos de nosotros como nos sea posible.

No es ningún secreto para nadie que la situación económica, social y política del país se encuentra en un estado delicado, pero realmente ¿qué tanto conocemos, de primera mano, sobre cómo afecta la situación a todos los sectores de la población?

Hace aproximadamente un mes, la salud de mi abuela se ha deteriorado. Debido a eso, he tenido que pasar gran parte de mi tiempo en el Hospital José Gregorio Hernández ubicado en Los Magallanes de Catia.

La situación del hospital es extremadamente precaria. Debido a la cantidad de percances que han tenido, el acceso al área de emergencias está limitado a un solo familiar por paciente, los demás deben esperar en el estacionamiento. Impera en toda la zona un olor a cloaca tan potente que da nauseas a los visitantes y es cotidiano caminar entre ratas que se han apoderado de las instalaciones. Se suma a todo esto además, el hecho de que está ubicado en una zona extremadamente peligrosa y que es común escuchar como en esa misma cuadra son asesinadas varias personas a la semana.

Lo curioso, en mi experiencia, es que estos elementos llevan a las personas que ahí se encuentran a desarrollar un verdadero sentimiento de fraternidad y camaradería. La siguiente anécdota ilustrará perfectamente a que me refiero.

Un viernes a las ocho de la noche, el doctor de turno me explicó que debían realizársele unos exámenes de sangre a mi abuela, pero que el hospital no contaba con los reactivos necesarios para hacerlos, así que debía tomar la muestra de sangre y llevarla hasta la clínica La Arboleda (por ser la más cercana) y realizar las pruebas en ese laboratorio. Había dos señoras que se encontraban en la misma situación y como mi padrastro tenía su carro y me iba a dejar en la clínica, decidimos ofrecerles la cola a las señoras.

Al llegar a La Arboleda, las señoras entregaron la muestra de sangre y se les informó que en dos horas podían retirar los resultados. Cuando fue mi turno, el encargado del laboratorio me indico que ese recinto no poseía tampoco los reactivos necesarios para las pruebas que yo había solicitado hacer y me sugirió dirigirme al Hospital de Clínicas Caracas, ubicado a algunas cuadras de ese lugar.

Ya eran las ocho y media de la noche y mi padrastro había regresado a la casa para recoger algunas cosas que iba a llevarle a mi mamá quien iba a pasar la noche con mi abuela. El plan era que de regreso él nos recogería en La Arboleda, a mí y las dos señoras, para llevarnos de vuelta al José Gregorio Hernández. Mientras yo trataba de resolver qué iba a hacer, las señoras me miraron e inmediatamente dijeron: nosotras te acompañamos caminando hasta allá para que no vayas solo porque esta zona es demasiado peligrosa a esta hora.

Para mi este acto de generosidad fue sorprendente. No había visto, mucho menos recibido, una muestra tan desinteresada de compañerismo, más aún si se considera que eran dos personas a las que había conocido media hora antes y que el riesgo que yo corría caminando por esas calles a esa hora, lo corrían ellas también.

Esas señoras, quienes me contaron que no habían terminado la escuela primaria, sin tener una definición académica de la palabra ciudadano, comprenden a la perfección lo que significa.

Ser ciudadano va mucho más allá de tener derechos y de vivir en determinada ciudad. Ser venezolano es muchísimo más que haber nacido en Venezuela. Ser un verdadero ciudadano y sentirse orgulloso de ser venezolano es entender que somos responsables los unos de los otros. Que los aciertos de una persona que vive en Cotiza son los aciertos de alguien que vive en La Lagunita, así jamás se hayan conocido, y que el sufrimiento de una persona en Las Minas, lo padece también una persona que vive en Los Palos Grandes.

Mientras vivamos sin entender que la belleza de ser ciudadano radica en el compromiso que eso implica, seremos simplemente salvajes letrados pero jamás verdaderos ciudadanos.

“Ningún hombre es una isla” decía John Donne, yo digo que ningún venezolano es una isla, no porque necesitamos de los demás para poder vivir, ni tampoco porque por nuestra naturaleza vivimos en sociedad, sino porque en esencia cada venezolano forma parte de nosotros y más importante aún, debemos darnos cuenta que cada uno de nosotros forma parte de todos los venezolanos.

Hay que abrazar esa responsabilidad, así como una madre cuida a su hijo o como una hermano mayo cuida a su hermana menor, debemos sentirnos orgullosos de nuestra verdadera identidad, interesarnos por la vida de las personas que nos rodean y no solo las de aquellos que viven en la misma “realidad” que nosotros.

Si me preguntaran hoy que significa ser ciudadano respondería que es la obligación de ser la mejor persona que se pueda ser, que es el honor de sentirse responsable por todas las personas a las que nuestra vista puede alcanzar. Es el derecho pero también el deber de participar en la política. Ser un ciudadano es ser todos los ciudadanos. Ser un venezolano es ser todos los venezolanos.

Foto: educiudad.webnode.es

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