Por Jackeline Da Rocha
La semana pasada murió en Venezuela el exguerrillero que secuestró al legendario Alfredo Di Stéfano.
El escultor y pintor venezolano de origen cubano-español Paúl del Río, conocido por su nombre artístico y guerrillero como "Máximo Canales", murió en Caracas a los 72 años en el Cuartel San Carlos. Paúl del Río formó parte del grupo guerrillero que en 1963 secuestró en la capital venezolana al futbolista hispano-argentino Alfredo Di Stéfano, episodio llevado al cine en formato de documental en 2005 bajo el nombre de "Secreto de Paúl".
El documental, dirigido por el español Borja Manso, relata el secuestro en 1963 y durante 70 horas de Alfredo Di Stéfano, una protesta contra la llamada "IV República", período de gobiernos socialdemócratas y democristianos que se alternaron durante el medio siglo previo al primer triunfo electoral en 1999 de Hugo Chávez.
El 24 de agosto de 1963 el futbolista estrella del Real Madrid, fue secuestrado en medio de una gira del equipo. No sufrió daños en los tres días que lo mantuvieron retenido.
Nota de la revista Primera Plana, nº43 del 3 de septiembre de 1963.
“Cuando, a las seis de la mañana del sábado 24, Alfredo Di Stefano salió de su cuarto (Nº 19) en el hotel Potomac, de Caracas, estaba muy lejos de suponer que su nombre iba a brillar durante tres días en las primeras páginas de todos los diarios del mundo. Creía ser víctima de una confusión; aunque íntimamente fastidiado por el contratiempo, seguía con la mayor buena fe a los dos supuestos funcionarios de la Policía Técnica Judicial, sección narcóticos. Como no se sentía bien, la noche anterior no jugó con el San Pablo, que derrotó 2 a 1 al Real Madrid, adjudicándose la ‘pequeña Copa Mundo’. Sus compañeros se trasnocharon, pero él se acostó temprano: decididamente, el calor del trópico no le sentaba, como pudo comprobar durante sus temporadas colombianas, cuando era diez años más joven.
Diez minutos antes habían golpeado imperiosamente a su puerta. Salió en pijama de dormir. Los individuos dijeron quiénes eran y, con toda cortesía, lo invitaron a seguirlos. ‘No se preocupe: es cuestión de cinco minutos.’ Se habían sentado en la cama y trataban de ocultar sus metralletas. Vistió camisa sport y zapatos blancos, pantalón marrón y saco de un color parecido.
Al salir, Di Stefano dijo al portero que llamara a los directivos del Real Madrid y les explicase su situación. Uno de los desconocidos tomó nota del número de teléfono. El portero no sospechó nada: a su llegada, los ‘policías’ le habían dicho que se trataba de una investigación por tráfico de narcóticos. Fue después, en el auto, cuando se dieron a conocer como miembros de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional. ‘No tenemos nada contra usted: lo hacemos, simplemente, para que la prensa se ocupe de nosotros. El gobierno prohíbe a los diarios que hablen de las FALN. Estará unas horas con nosotros y después lo devolveremos. Nadie quiere hacerle daño.’ Pidiéndole disculpas, le vendaron los ojos. Trasladado a otro coche, unos minutos más tarde se encontró en un departamento moderno y bien arreglado. ‘Póngase cómodo, señor Di Stefano.’
El portero del hotel llamó a Damián Gaudeka, organizador de la gira del Real Madrid. Gaudeka colgó, y cinco minutos después lo llamaron de nuevo. Esta vez le dijeron: ‘Di Stefano no está en poder de la policía. Lo hemos secuestrado nosotros, las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional, y no sufrirá ni un rasguño. Pronto estará en libertad.’ Llamó a los diarios: ya habían recibido el mismo mensaje.
Así comenzó para el veterano futbolista un inesperado período de descanso. Al día siguiente, debía jugar nuevamente y, la verdad, no estaba con ganas. En el primer partido con el Oporto —que el Real ganó—su juego dejó que desear. Su increíble aventura solicitaba su curiosidad. Con todo, sus nervios —un viejo achaque de la ‘saeta rubia’— no lo dejaban en paz. ¿Qué pensaría su esposa Sara, en Madrid? ¿Y los chicos? Recordó de pronto que, al día siguiente, uno de ellos cumplía años. En sus muchos años de trajinar por el mundo detrás de la pelota de cuero, nunca se había olvidado de llamarlos por teléfono o ponerles un telegrama. Para aplacar sus nervios, jugó a las damas, a los naipes, al dominó, ¿Con quién jugaba? Con varios de sus raptores, que se turnaban en el cuarto. Uno de ellos se dio a conocer: era ‘Máximo Canales’, jefe de un comando de guerrilleros. En realidad, se trata de Paúl Elrio Canales, un cubano. Fue ‘el cerebro’ que organizó el asalto al barco venezolano ‘Anzoátegui’, en febrero de este año. Asilado en Brasil —y temeroso de que se acordase su extradición—, huyó a Cuba. Poco después, volvía clandestinamente a Venezuela para sumar nuevas energías a la campaña de las FALN contra el gobierno de Rómulo Betancourt. Tiene apenas 21 años.
(...) La prensa, quiérase o no, tiene que ocuparse de casos tan resonantes. La prensa venezolana no tiene prohibido ocuparse de la actividad guerrillera; simplemente, no lo estima conveniente para la tranquilidad del país. Pero cuando el diario ‘Clarín’, que responde a la Unión Republicana Democrática —el principal partido de oposición—, publicó una entrevista de su director Luis Michelena con ‘Máximo Canales’ y Di Stefano, el gobierno allanó la imprenta y destruyó 30 mil ejemplares, por entender que esa edición formaba parte de un plan subversivo.
(…) El miércoles por la mañana, en el centro de Caracas, Di Stefano tomaba un taxi y se hacía llevar a la embajada española. Llevaba la misma ropa que el día en que fue secuestrado, con otra camisa. Uno de sus raptores había tenido, en el cuarto del hotel, la precaución de llevársela, para que pudiera cambiársela durante su cautiverio. Todo había sido minuciosamente planeado, como se ve.”
Con este intento propagandista, Canales imitaba a la perfección el método de Fidel Castro, quien había secuestrado a un futbolista argentino -y campeón del mundo- cinco años antes con el mismo fin.
Es entonces un intento por concentrar la atención del mundo y de la prensa nacional, que no pudieron obtener el día anterior; cuando dispararon desde el techo del estadio y crearon una revuelta, sin frutos políticos.
Con esto, Canales trae al país una manera nueva de tomar lo que uno quiere, no que no existiera antes pero no se había contemplado de esta forma: retener a alguien con influencias hasta obtener lo que se demanda. Ayer fue por su fama y se quería atención, hoy todos sabemos que la atención no basta para salvar una vida.
Un documental sobre la vida de Alfredo Di Stéfano: https://youtu.be/ObFFGDaXLQ0
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