Por Anakarina Fajardo.
El gran pensador político Vittorio Alfieri explicó una vez
que “El tirano es aquel príncipe que, sin ninguna forma jurídica, arrebata a
sus súbditos la vida, los bienes y el honor”. Con inteligencia, el dictador
busca crear desconfianza entre los ciudadanos, envilecerles y embrutecerles,
pues la ignorancia del pueblo es lo que verdaderamente le permite asesinarle
progresivamente, bien sea privándole de sus derechos fundamentales o
implantando en sus corazones el terror a vivir. Recordemos que “el principio y
el móvil de la tiranía es el miedo”.
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En medio de las viles estrategias
del tirano para aplicar desapercibidamente las medidas corruptas de su interés,
vale plantearse la siguiente interrogante: ¿Un pueblo que se muestra apático
ante la tiranía la merece realmente?
La respuesta es un claro e
indudable “Sí”.
En la historia de la humanidad ha
habido quienes, sorprendentemente, han venerado de alguna manera la autoridad del
mandatario vigente, sea o no opresor, pues, al igual que Thomas Hobbes, han
compartido la idea de que se le debe hacer pleitesía absoluta a un hombre por
el simple hecho de haber sido elegido por Dios – en el caso de los reyes – o
por el pueblo. De la misma manera, se ha sabido de aquellos que, como John
Locke, han encendido sus antorchas contra el déspota al apoyar la práctica radical
del tiranicidio.
Indiferentemente de cuál de estas
dos opuestas posiciones frente a la tiranía se suponga la “correcta” y la “más culta”,
los simpatizantes de ambas tienen algo en común que hace que sus enfoques sean
merecedores de cierto respeto: su rechazo a la futilidad del discurso, su
criticismo en las palabras y, finalmente, su basamento en una idea.
Los individuos que no se muestran
ni a favor ni en contra de aquello que influye en sus vidas y, en este caso,
que amenaza contra sus existencias, no suelen poseer discursos sólidos
fundamentados en teorías coherentes, pues, dejándose llevar por la emoción del
momento sobre la razón – cualidad que les diferencia de los animales –, se
limitan a vivir sin aspiraciones a futuro y conformarse con todo lo que les
rodea, les permita o no alcanzar sus metas personales y vivir a plenitud,
convirtiéndose así en ganados parlantes que escuchan y repiten sin analizar,
metidos en burbujas aislantes del entorno.
- Cuando el fanatismo y los
resentimientos dominan al ser humano… “Mesa servida para la tiranía”.
- Cuando vencen el egoísmo y el
individualismo… “Mesa servida para la tiranía”.
- Cuando la luz del criticismo se
apaga en el corazón del hombre… “Mesa servida para la tiranía”.
- Cuando se desprecia a la
República… “Mesa servida para la tiranía”.
- Cuando hay un desconocimiento
propio… “Mesa servida para la tiranía”.
- Cuando se tiene miedo a vivir… “Mesa
servida para la tiranía”.
Pero cuando reina la apatía absoluta ante la vida… Mesa
servida para la destrucción de la razón humana.
“Mal o bien, pero que hablen”.
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