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jueves, 14 de mayo de 2015

De la tiranía y otros demonios

Autor: Mariana Martínez

El tirano o tirana según la Real Academia Española se define: “Dicho de una persona: Que obtiene contra derecho el gobierno de un Estado, especialmente si lo rige sin justicia y a medida de su voluntad” algo que le añadiría a esta definición es que el tirano no necesariamente toma el poder por la fuerza o contra derecho sino que puede ser legítimo, electo por un pueblo. Este aspecto no le exime a dicha persona de ser un tirano pues nada más es un momento, lo que en verdad importa y cuenta está en el ejercicio del poder a diario.

La tercera definición de esta palabra que coloca allí la RAE me llama la atención y dice: “Dicho de una pasión o de un afecto: Que domina el ánimo o arrastra el entendimiento”. Esta tiene otro estilo, pero sigue siendo tan cierta como la anterior pues he podido confirmar que el tirano no solo se encarga de dañar todo lo externo a nosotros como las leyes sino además ataca lo interior de nosotros, nuestro ánimo, nuestra fuerza creativa como las ganas de superarnos y de buscar soluciones. El tirano como una vez leí se le es más fácil atacar a las personas en su interior porque sería imposible atacar a millones de personas pues tendrían más ventaja que ellos, por eso la primera opción es la más efectiva porque es más duradera y permanente…

La tiranía, para nada excluida del tirano, es la clase de gobierno que dicha persona rige, “sin justicia y a medida de su voluntad”, las leyes que se ejecutan en ella no son el producto de la voluntad de la mayoría sino la de sus dirigentes, una minoría.
En este régimen no existe ningún tipo de limitación del poder, no vela por el bien común sino el bien propio. En consecuencia este gobierno atropella los derechos fundamentales de cada persona, tanta es la degradación que las personas ya no se llaman ciudadanos sino súbditos.

Pero este puesto que se le otorga al pueblo es erróneo, pues el mismo no es un mandatario, es decir el que ejecuta o realiza las ordenaciones dadas por un superior sino es el mandante, el que da las instrucciones de qué hacer al mandatario (el Presidente). Entonces nos damos cuenta que en la tiranía hay un intercambio de papeles, los mismos desordenados por el que gobierna.

Otro síntoma de la tiranía es que no hay independencia de poderes, no hay tal división como es el deber ser sino los poderes trabajan en uno solo con el tirano. Dividir el poder permite debilitarlo pero en esta clase de gobierno se une para fortalecerlo y hacerlo inquebrantable.  No se busca minimizar el poder, la premisa de la Edad Contemporánea (Occidente) sino llevarlo al máximo.

Es claro y preciso que esta clase de gobiernos no apuesta a la evolución sino a la involución, porque en vez de buscar el desarrollo y las novedades, opta por lo antiguo y esto incluye sistemas como el absolutismo, propio de la Edad Moderna cuando estamos bien adelantados, en la contemporaneidad. Consigo también que lo derechos de los ciudadanos no son progresivos sino regresivos en el respeto y la garantía de los derechos.

Otra definición interesante del tirano, proviene del dramaturgo, poeta y escritor italiano, Vittorio Alfieri, en su prosa política “De la tiranía”. Una de las definiciones que aporta es: “El tirano es aquél príncipe que sin ninguna forma jurídica arrebata a sus súbditos la vida, los bienes y el honor”. Es decir es aquél que se comporta como superior, heredero al trono con un título de honor que le da en este caso el pueblo cuando es electo o se lo da el mismo. Le quita a sus súbditos o esclavos- como alega Alfieri en su obra (porque están al servicio del tirano)-  la vida porque se encarga de que vivan sin alma, sin fuerza espiritual, sin ánimos como dice el autor “Vegetar, no vivir” es decir vivir en tal estado que solo se necesite oxígeno para respirar y las demás necesidades básicas, que solo baste con que el corazón lata, la persona deje un lado sus propósitos y metas para ser manipulado por el tirano pues este le conviene que no profundice, no entienda lo que pase a su alrededor y no razone.


Por último, le arrebata sus bienes y honores, para que no tengan beneficio de ningún tipo y algo por lo que se sientan orgullosos,  les quita sus méritos y así termina de empobrecer el espíritu arrancado las raíces por las que se sujeta la persona para enfrentar la realidad. 

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