El equilibrio de un país que sube y baja.
Por: Samantha Henríquez
“Estamos viviendo el letal beso de los extremos”, Así finaliza, Leonardo
Padrón, su artículo publicado en el periódico El Nacional, llamado Extremos. Y
hace críticas, ciertamente a estos grupos extremistas que no hacen generar más
que violencia.
Sin duda con el pasar de los años nos hemos ido volviendo un poco más
intolerantes a las ideas que se contrapongan a las nuestras. El primer paso para la superación es la
aceptación, esta idea podrá servir para múltiples situaciones pero en este
contexto me refiero a que no hay que negar que, todos, en algún momento hemos
llegado a nuestro punto de quiebre en lo que respecta a la intolerancia con
aquellos que no compartan nuestra misma ideología o pensamiento. Y esto puede
suceder no solo el ámbito político sino también en cuestiones tan triviales
como discutir de si un vestido es negro y azul o blanco y dorado – Este ejemplo,
con consecuencias, claramente en menor escala que la de las cuestiones
políticas – y así como políticas también en lo religioso, social y moral.
Al ser humano por naturaleza, le satisface tener la razón y ganar una
discusión, a unos más que a otros. Otros se preocupan menos o simplemente
consideran que quizás con discutir no se llega a ningún acuerdo. Y es aquí
donde la idea extremista tiene sus consecuencias.
Tenemos a la persona que le gusta discutir y le satisface tener la razón
siempre, considera que la tiene y hasta que su respectivo otro no piense de la
misma manera, este no dejará de intentar cambiarle su parecer. Con la
insistencia, algunos suelen perder la paciencia y dejan las palabras para
recurrir a los insultos y directamente pasan a tomar acciones violentas.
En contraparte, la persona que es indiferente ante cualquier situación.
Este caso también puede llegar a ser incómodo para algunos, pero no raya en lo
letal. Lo difícil llega cuando se necesita reunir fuerzas para un bien común y
el indiferente prefiere mantenerse en su línea de la indiferencia, no aporta ni
quita, solo se beneficia o se perjudica. Y no digo que esté mal ser
indiferente, pero llegar al extremo de ello es lo que causa picor. Recuerdo que
mi papá me contaba de pequeña, una historia de un sabio maestro japonés que se
enfrenta a un luchador de sumo, a este último nadie lo podía vencer, pero el
maestro lo hizo. ¿Cómo? Se quedó indiferente, el luchador lo golpeaba y lo
insultaba, el maestro permanecía tranquilo y en silencio. ¿Qué sucedió? El
luchador se dio por vencido y el maestro salió vencedor. No sé si la historia
es real o si es un cuento inventado por mi padre para que yo aprendiera a
manejar mi paciencia. De alguna manera u otra lo logró pero hoy en día
cuestiono el uso de esa indiferencia ante ciertos temas. Recordar que
ser indiferente no es lo mismo que tener tener paciencia.
En los países con problemas políticos, económicos y sociales muy graves,
los extremistas sin paciencia suelen generar violencia y los indiferentes
suelen aumentar el enojo de aquellos que pierden la cordura con rapidez. Y son
los extremistas en el sentido propio de la palabra, quienes en principio,
suelen ocasionar los problemas que generaron el caos en el país.
Como dijo Leonardo Padrón en su artículo “Los extremos se tocan con la
punta de los labios”. Y en Venezuela estos extremos generan violencia, extremos
que dicen ser diferentes por su ideología pero al lanzar la piedra es cuando parece
ser los mismos demonios de violencia por sus acciones. Azul y rojo se ciegan
ante sus ideas y no llegan a un punto de equilibrio en el que no se tenga que
cumplir la teoría Darwiniana de la supervivencia del más fuerte.
Hay que entender y aprender como sociedad a tolerarnos unos a otros, a valorar aquello que nos hace buenas personas, a creer en la justicia y hacerla valer. Formarnos como venezolanos y como seres humanos. El momento en el que se deje la barbarie a un lado, será el momento cuando el país deje de columpiarse y logre el equilibrio que nos uniría como hijos de una misma tierra.
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