No
se puede avanzar hacia atrás o hacia los lados, solo hacia adelante. Aquel que
se dé cuenta de esto ya se habrá superado a sí mismo. Pero para mejorar hay que
voltear la cabeza de vez en cuando para así aprender de los errores pasados,
procesarlos, comprenderlos y seguir el paso. El olvido es el mayor traspié que se puede
cometer, pues solo sentencia y justifica todos los males que se cruzarán en el
camino.
Lamentablemente,
en Venezuela no se entiende el valor que tiene la tradición. Al contrario, mientras
más rápido se pueda olvidar todo lo ocurrido con anterioridad mejor. No se llega
a entender que la tradición es la esencia de nuestra nacionalidad, y no algo
ajeno a nosotros.
El
tener tradición no quiere decir que estamos involucionando, al contrario,
acercarnos a nuestro pasado nos permite progresar, pues la tradición es una
onda creadora que debe conocerse ya que es ella la base de cualquier nación.
¿Cómo pretendemos nosotros, los venezolanos, construir un futuro sin tener los
pilares que conforman la base que nos brinda la historia? El voltear la cabeza no es señal de
debilidad, al contrario, el que tiene el valor de hacerlo es aquel que puede
superarse pues nota los errores cometidos y aprende de
ellos para evitar cometerlos una vez más.
Sin
embargo, en este proceso de reconocimiento de la historia y la tradición no se
debe asumir lo pasado de tal manera que se coloquen los acontecimientos y los
participantes en pedestales intocables y supremos, pues la ovación es tan grave
como el olvido. Sí, se debe tomar el pasado y aprender de él, pero no para
glorificarlo, sino para criticarlo. El reconocimiento de la vida antigua representa el inicio de la obra del
progreso.
Briceño
Iragorry escribió que “sin tradición histórica no hay sensibilidad para
distinguir lo que atente contra los intereses colectivos”. Pues claro, ¿cómo
podríamos defendernos de aquellos manipuladores que desean atentar contra nosotros
si no conocemos aquello contra lo que desean atentar?
Así
que, dejemos la apatía de lado y asumamos el deber que
tenemos como ciudadanos pertenecientes de un país que solo necesita una
sacudida para ser levantado de un largo sueño al que ha sido sometido por nosotros mismos.
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