De Venezuela, la “cultura del milagro”
Por: Luisana Díaz Luporsi
La aparición del petróleo como industria creó en Venezuela una
especie de cosmogonía. El Estado obtuvo rápidamente un matiz beneficioso. Pasó
de un desarrollo lento, tan lento como todo lo que tiene que ver con
agricultura, a un desarrollo milagroso y espectacular. Un inglés, un italiano o
un sueco, no espera milagros del Estado. A eso se le llama “madurez política”,
a no esperar demasiado del Estado. Los parámetros de las sociedades europeas
son predecibles. Para un primer ministro en Europa es relativamente sencillo
convocar a los ciudadanos y decirles: “Miren, la situación es muy difícil. No
prometo prosperidad, no prometo multiplicar los panes ni los peces. Prometo
dificultades, peligros de todo tipo, y prometo un empeño en tratar de salir
adelante. Prometo seriedad. Tal vez vamos a decaer. Tal vez vamos a vivir peor.
Pero, prometo que voy a tratar de hacerlo lo mejor posible”.
Imaginemos que un político venezolano diga algo parecido en una
campaña electoral, un candidato que hable de imposibilidades, de limitaciones, de
realidades. Un candidato que prometa el
paraíso es un suicida. Porque el Estado no tiene nada que ver con nuestra
realidad. El Estado es un brujo generoso, lleno de esperanzas en esa bolsa de
mentiras que son los programas gubernamentales. Un tomate, una papa, una
mazorca, eran en la Venezuela de antes productos de un esfuerzo real. No hay
ningún milagro en una mazorca, que no sea el milagro de la tierra.
El petróleo es diferente.
No se trata de una economía basada en esfuerzo, en el “un poquito hoy” y “un
poquito mañana. El petróleo es fantástico y por lo tanto induce a lo
“fantasioso”. El anuncio de que éramos un país petrolero creó en Venezuela la
ilusión de un milagro. Creó la práctica de la “cultura del milagro”. Por primera
vez, el Estado había hecho un “buen negocio”. ¿Cómo un pobre se convertía en
rico en la Venezuela del siglo XX? Descubriendo un tesoro. No había otra
manera. No había “negocios”, ni especulación en la bolsa. Hubo leyendas de que
los españoles en los días de la Independencia enterraron baúles llenos de
monedas. Es cuestión de cavar hoyos y descubrir riqueza. El Estado era ahora
capaz de hacernos progresar mediante saltos. “¡Viva Gómez!” supongo que dijo la
gente en aquella época, ese fue el comienzo del “sueño venezolano”. No se puede
hablar de un sueño colombiano, ni de un sueño paraguayo, ni de un sueño
boliviano. La agricultura y la ganadería no provocan las mínimas condiciones de
ese sueño.
La riqueza petrolera fue tan
fuerte como un mito. Había más riqueza que presencia. Caracas no era capaz de
reflejar esa prosperidad por más edificios y monumentos que se construyeran. La
ciudad seguía siendo una aldea, pero todos estaban de acuerdo en que se trataba
de una aldea provisional, “mientras tanto y por si acaso”. Por eso, Caracas no
es una ciudad reconocible. Por eso no se la puedes describir a un extranjero.
Ir a París e intentar explicarle a un francés qué es Caracas. ¿Qué se puede
decir? Grandes edificios, muchas autopistas, algo como Houston, como Los
Ángeles, algo indiferente. Se mantenía ese sueño venezolano.
El petróleo es sumamente
importante para el venezolano porque le permite seguir fingiendo y creándose
vidas que no le pertenecen. El petróleo es un mago que convierte a Caracas en
Miami o en La Habana, según el apoderado de turno. El petróleo alimenta nuestra
flojera porque hace que todo se pueda comprar, importar, pagar y no construir
nada.
Si nos quitan el petróleo nos
veríamos en la obligación de trabajar de verdad, -y Dios no quiera eso-. El
petróleo es importante para el venezolano porque le permite inventarse la vida
que no le corresponde ni merece.
No hay comentarios:
Publicar un comentario