Escrito por: María Gabriela Méndez
"Que todo sea diferente, no
significa que nada haya cambiado" –Irene Peter
El cambio, en la vida humana es lo más
natural después de la socialización. Desde nuestros inicios como especie hemos
estado sometidos a distintos tipos de cambios. Desde la evolución, la creación
de las primeras organizaciones sociales como la familia, adaptación al medio
ambiente, creación de sistemas, adaptación a un ambiente, etc.
El ser humano se ve envuelto en distintos
tipos de cambios en su día a día, esto es directamente proporcional a la
capacidad de invención que poseemos como seres racionales. Nuestras ideas e
invenciones cumplen de la manera más sencilla la ley causa-efecto. Con nuestras ideas adaptamos nuestros cuerpos
y mentes al cambio. Así se inician las primeras sociedades, los primeros
conceptos de estado y organizaciones, partiendo de un simple pensamiento, de un
momento de serendipidad.
Como todos los cambios, las sociedades
se han enfrentado a un proceso gradual en el que han adaptado sus vidas en
sociedad, como lo establece el reconocido Contrato
Social planteado por Rousseau. Nos despojamos de viejos hábitos para
conseguir beneficios, leyes básicas de la sociedad. Así aprendemos a convivir,
a adaptarnos. El mundo moderno, forma
parte de esos eventos fundamentales que gradualmente forman la sociedad como la
conocemos hoy en día.
La sociedad Venezolana más
específicamente ha sido víctima, si así
se le puede llamar, de cambios drásticos. Desde los efectos de la
colonización y adaptación a un modelo de república libre. El acta de independencia venezolana al igual
que muchas constituciones alrededor del globo, juega el papel de contrato
social específico para esta sociedad. Ahí se establecen las reglas en las que
juega dicha sociedad.
Briceño Iragorry, en su obra “Mensaje sin Destino” plantea, entre distintas teorías, una crisis de pueblo. Que
personalmente me atrevería a decir que
va más allá, hacia una crisis de identidad personal. Ya que, al rechazar nuestros inicios, como
por ejemplo rechazar el yugo español como parte de nuestras raíces, rechazamos
nuestra verdadera esencia como sociedad. En vez de plantearnos como una
sociedad luchadora que venció obstáculos, en este caso la liberación de la corona.
Observamos (Como sociedad) esos antecedentes como una lucha contra un enemigo
constante, que incluso actualmente existe.
El enemigo planteado por nuestra sociedad cambia de nombre y de rostro,
pero su presencia es omnipresente.
Sí bien es cierto, no existe tal cosa
como una sociedad enteramente perfecta. Cómo lo podemos comprobar al revisar la
novela Utopía de Tomas Moro, la
perfección no es más que otra idealización humana, pues en realidad el ser
humano es todo, menos perfecto. Pues entonces, la sociedad Venezolana al igual
que el resto de sus sociedades vecinas posee fallas, errores, idealizaciones
erróneas, etc. Entre esos tantos errores posee uno que se encuentra intrínseco
en ella, su falta de identidad.
Tal como lo asegura el maestro Iragorry, incluso actualmente es palpable la falta de
identidad del Venezolano. No posee raíces arraigadas a su sociedad, si bien
resalta su cultura (que entre muchas cosas, es una mezcla de adquisiciones
internacionales) No posee ese arraigo patrimonial a sus raíces. Lo que invita a
una serie de errores a lo largo de su historia, que fácilmente pudiesen ser
predecibles en caso de conocer su verdadera historia y no aquella que es
violada de alguna manera por revisionismos históricos, adaptaciones políticas,
fantasías sociales, etc. A lo largo de
la historia venezolana se ha visto como los políticos logran adquirir ese papel
paternal en el estado sobre sus gobernados. Nuestra sociedad, de alguna manera,
representa a un infante careciente de unas bases sólidas. Lo que nos lleva a
cometer los mismos errores una y otra vez.
Pero la falta de identidad no sólo
afecta en el sentido político, sino en el aspecto más íntimo de su pueblo. Su
individualidad. Actualmente, es evidenciable como el Venezolano busca constantemente
defender su postura, sus opiniones, creer en alguien o en algo (Bien sea una
figura política o un sistema) es esencial en esta sociedad. Podría decirse que actualmente Venezuela no
cumple con el producto final que dejó la modernidad la reivindicación soberana,
ciudadana y estatal no son más que utopías en esta actualidad.
A través de fanatismos (políticos,
espirituales, populares) el venezolano busca su esencia. Actualmente está
afirmación es más palpable que nunca, el fanatismo político tanto de la
izquierda como de la derecha, aleja a los ciudadanos del núcleo de sus
problemas. Esta crisis de pueblo y de identidad se incrementa con el pasar de
los años, olvidamos nuestros orígenes. Rechazamos nuestra historia y permitimos
adaptaciones de la misma con el pasar de los años.
A causa de esto, el pueblo venezolano
se aleja cada vez más de su propia sociedad. Dividiéndola en distintas partes
de acuerdo a los intereses y opiniones que se defiendan. Llegando a extremos en
los cuáles se podría fácilmente realizar un paralelismo con la Novela de Orwell
1984. Creando más y más una sociedad distópica. Que permite abusos de todos los
grados y niveles, pero sobretodo que olvida su realidad. Actualmente la
sociedad y el pueblo venezolano permite que la política distorsione todos sus
sentidos fácilmente comparable con La Cabeza de Goliath redactado por Martinez-
Estrada, quién describía al pueblo argentino y a su sistema como una gran
cabeza con un pequeño cuerpo.
Permitimos pues, que el fanatismo
político encabece nuestras vidas y lentamente nos convertimos en un pueblo
raquítico, casi anoréxico que pierde su esencia. Que a falta de identidad, es
desnutrido con el pasar de los días y al desconocer sus verdaderas raíces juega
el papel de camaleón adaptándose, como todo ser humano, al constante cambio
generado en su pueblo sin razones ni argumentos para refutar las atrocidades
que, de manera diaria se arremeten con su pueblo.
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