El Empíreo: Ahora entiendo

Ahora entiendo

Por María Milagros León Arráez 

- Describe a Caracas -, le pregunté.
Foto: Donaldo Barros


Con cara de pocos amigos y sin saber a dónde iba con esa pregunta, se vio obligado a responder después de insistirle un poco…

- Peligrosa, sucia, salvaje, colorida, sobrepoblada… En general es complicada porque es difícil vivir en ella, nunca sabes con qué te encontrarás en sus calles. Tu vida corre peligro en cualquier parte de la ciudad…

Su respuesta me lo afirmó. Yo no era la única joven que percibía su ciudad de una manera tan superficial. Mi amigo también la veía de esa forma y pude confirmar lo que Ezequiel Martínez Estrada hablaba en “La cabeza de Goliat”:  

La superficialidad es uno de los grandes problemas que hoy atañe a la ciudad.

¿Cuántas cosas se nos escapan con un análisis superficial? Una de ellas podríamos decir que es la historia detrás de cada facha. Describir a Caracas parece ser una tarea fácil cuando se obvian sus miles de historias, su pasado. De cada esquina hay algo que contar, pero no tenemos quién nos lo cuente, e investigarlo parece no ser una primera opción. 

Lo mismo sucede con nuestros personajes históricos. Sus ideas, sus pensamientos, son a lo que menos importancia se le da. Por el contrario, los libros escolares de historia y hasta algunos grandes políticos consideran que el número de victorias que tuvo el personaje es más importante que sus pensamientos o ideales.

Por suerte, me di cuenta del error que estábamos cometiendo. Algunos dirán que es una tontería, que no tiene sentido volver al pasado. ¿Para qué? ¡Estamos en el presente! Y sí, es totalmente cierto, vivimos un presente que no podemos abandonar y tampoco dejar de estudiar para asegurar nuestro futuro. Pero la pregunta es: ¿De qué sirve estar viviendo un presente sin entender sus raíces? ¿Cómo pretender estudiar algo si no se saben sus principios? Es prácticamente inútil intentarlo pues lo único que se obtendría de esos estudios serían visiones coartadas que se quedan en lo más superficial del asunto.

Cuando empecé mi carrera de comunicadora social en la universidad, imaginé que el programa de estudios poseía materias muy prácticas y todas relacionadas a la comunicación. No me equivocaba. Pero de repente, al encontrarme con cátedras relacionadas a la historia en cada año, comencé a preocuparme. La historia no era de mi agrado y no le veía ningún tipo de relación con mi carrera. A la única que le veía sentido estudiar era Historia de la comunicación (por razones obvias) y Historia de Venezuela porque se trataba de mi país. Las demás no poseían una justificación para mí. Sencillamente no quería verlas. Más adelante entendí que mi primera percepción del programa de estudios no estaba equivocada y encontré la verdadera relación de la historia con mi carrera y con cualquier otra. Sucedió cuando me explicaron por qué se estudia “Fundamentos de Mundo Moderno”: 

Durante la Edad Moderna sucedieron cambios importantes y bastante significativos para nuestra sociedad, los cuales dieron inicio a nuestros principios y estos encaminaron a lo que hoy en día es el mundo occidental. No se puede hablar del mundo actual si no se habla del Mundo Moderno.

En el programa lo justifican de esta manera:
“Identificar los elementos que conforman el mundo moderno es, para un comunicador social, necesidad fundamental a la hora del análisis del proceso social, político-económico y cultural. Reconocer la continuidad histórica le permitirá delimitar las raíces de los acontecimientos que hoy genera la dinámica de la sociedad. Una aproximación no historiográfica sino desde la perspectiva del mundo de las ideas integra sus conocimientos anteriores y le permite una aproximación más totalizadora y una actitud analítica más profunda, necesarias para su función mediadora”.

Al entender que todo giraba en torno a las ideas y a los principios es cuando me empezó a preocupar el tema de la superficialidad en mi país. Ahora todo tiene una explicación, todos los problemas tienen una razón de ser y la soluciones que dan para estos son más de lo mismo en el tema de la superficialidad.


Actualmente observo la política de mi país y no termino de entender cómo es que personas con tan altos cargos en el Gobierno cometan semejantes violaciones a nuestros derechos. ¿Cuándo fue que permitimos esto y por qué? Yo no lo hice. No tenía consciencia para ese entonces de lo que pasaba a mi alrededor. El hecho de que otros hayan tomado la decisión de lo que sería mi futuro por 16 años seguidos me hierve la sangre cada vez que lo pienso. El nudo en la garganta es desagradable.  

En Venezuela no existen bases ni fundamentos, no hay principios porque nos los arrebatan con cada ley impuesta, no hay contrato social. Y sin esto ¿de qué sirve una constitución? ¿Para qué tener una serie de deberes y derechos si no se tiene un acuerdo? Repito. ¿DE QUÉ NOS SIRVE? Antes de hablar de una constitución debemos hablar sobre la existencia de un contrato social en el cual se acuerde lo que Jean-Jacques Rousseau planteó. No podemos decir que vivimos en democracia sin esto. La república pierde su fuerza sin un acuerdo en el cual se asegure la democracia.


Y ¿Cómo hablar de democracia en un país donde los derechos son constantemente violados? Donde la libertad de expresión no tiene espacio suficiente.
María en efecto bomba
Foto: Donaldo Barros


Hace un año salí a las calles a protestar por esto. Estaba en “mis derechos” el poder hacerlo. Pero entonces, no me dejaron. El efecto de las bombas lacrimógenas aún lo recuerdo y las miradas de odio de aquellos hombres vestidos de verde también. Asimismo, los ojos aguados en algunos de ellos serán imposibles de olvidar.

Durante este período de protestas, me tope con la más sucia cara de la política y entendí que para combatir tanta corrupción, tanta mala intención, se necesita mucho más que jóvenes con ganas de salir a “luchar por el país”. Se necesitan ideas, fundamentos, principios. Y entonces, entendí que no sería tan fácil como pensábamos y tampoco tan rápido como queríamos.

En la foto: María de nuevo
Asimismo, también entendí que no necesitamos ser la mayoría para generar los cambios que queremos ver. Debemos ser ese cambio para lograr que sucedan. Por eso no me voy.

La fuga de talento, al igual que la superficialidad es otro tema preocupante para mí y debería serlo para todos. ¿Quiénes serán los que relaten nuestra historia de pueblo si no queda nadie para contarla? ¿Quiénes serán los ilustres pensadores de nuestros tiempo si el talento se nos fuga? ¿Quiénes ayudarán a que la historia no se repita si no queda ningún buen historiador que lo reporte? ¿Quiénes evitarán que nuevamente una niña sin conciencia en este momento se lamente más adelante de no haberla tenido para gestionar ideas? Nadie quiere sentir el nudo en la garganta pero tampoco hacen nada para que los demás no lo sientan.

Mientras tanto, la tiranía crece y se hace más fuerte. Destruir las ideas es su meta y la fuga de talento su placer. Mariano Picón Salas decía: “Las tiranías como las guerras, destruyen”. Sacrifican a los mejores ya que son precisamente ellos los que se enfrenta, se atreven.

Evidencia de esto fue el final de la conversación con mi hermano:
- ¿Amas a Venezuela? -, seguí.
- Ya. Que intensa
- Es una tarea, responde: ¿La amas?
- No Cómo es que voy a amar a un país cuando lo que quiero es irme de él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Copyright © El Empíreo Urang-kurai