Por: Cristina Brunetti
Foto Cortesía: Venezuela escondida |
Hace un par de años me hicieron una invitación a una isla ubicada en las cercanías de Puerto Cabello llamada Isla Larga. Para ese momento no había tenido el gusto de conocerla, así que acepté la propuesta y me dispuse a emprender el viaje. El plan era quedarme en una casa en un pequeño poblado de la mencionada ciudad conocido como Borburata, durante tres o cuatro días.
Desde el momento en que pisé la isla quedé fascinada. Su agua tranquila y cristalina, así como su arena fina y blanca, me hicieron sentir en un estado de completa calma. El paisaje es totalmente paradisíaco y no tiene desperdicio en lo absoluto.
Durante mi estadía pude contemplar sus manglares y la diversidad de peces que revoloteaban en el agua. Asimismo me percaté que había un barco hundido muy cerca de la orilla del mar. Me pareció curioso, pero no le di mayor importancia.
Hace un par de días en una clase de Fundamentos del Mundo Moderno, el profesor explicó que Venezuela, a pesar de su postura neutral, estuvo vinculada a la Segunda Guerra Mundial. Para argumentar, expuso el caso de un barco llamado Sesostris. Señaló que éste fue un buque mercante alemán que buscó refugio en las costas venezolanas, pero que en 1941 fue hundido por su propia tripulación para evitar ser atrapado por presiones del presidente Roosevelt. Su destrucción fue tal que el presidente Medina Angarita decidió que fuese remolcado y abandonado en Isla Larga.
Evidentemente, al escuchar la historia, entendí que el barco que había visto se trataba del Sesostris.
En este artículo, más que reflejar mi experiencia, me gustaría generar reflexión en mis lectores, pues tenemos un país con una historia increíble que desconocemos. La invitación en esta oportunidad es a investigar, a leer y a averiguar quiénes somos para así evitar ser lo que un día dijo Mario Briceño Iragorry: “un pueblo antihistórico”.
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