En cada uno de los planos
principales del devenir histórico ya sea económico, social o político, puede
cuestionarse si la Edad Contemporánea o Edad Post-moderna, es una superación de
la modernidad o más bien significa el periodo en que triunfan y alcanzan todo
su potencial de desarrollo las fuerzas económicas y sociales que durante la
Edad Moderna se iban gestando lentamente, tales como, el capitalismo, la
burguesía, y las entidades políticas que lo hacían de forma paralela, así como
la nación y el Estado.
En el siglo XIX, estos elementos
confluyeron para conformar la formación social histórica del estado liberal
europeo clásico, surgido tras la crisis del Antiguo Régimen. El Antiguo Régimen
había sido socavado ideológicamente por el ataque intelectual de la Ilustración
a todo lo que no se justifique a las luces de la razón por mucho que se
sustente en la tradición, como los privilegios contrarios a la igualdad, o la
economía moral contraria a la libertad de mercado. Pero, a pesar de lo
espectacular de las revoluciones y de lo inspirador de sus ideales de libertad,
igualdad y fraternidad, un observador perspicaz como Lampedusa pudo entenderlas
como la necesidad de que algo cambie para que todo siga igual, el Nuevo Régimen
fue regido por una clase dirigente que, junto con la vieja aristocracia incluyó
por primera vez a la pujante burguesía responsable de la acumulación de
capital. Esta, tras su acceso al poder, pasó de revolucionaria a conservadora,
consciente de la precariedad de su situación en la cúspide de una pirámide cuya
base era la gran masa de proletarios, compartimentada por las fronteras de unos
estados nacionales de dimensiones compatibles con mercados nacionales que a su
vez controlaban un espacio exterior disponible para su expansión colonial.
Este equilibrio inestable se fue
descomponiendo, en ocasiones mediante violentos cataclismos comenzando por los
terribles años de la Primera Guerra Mundial, y en otros planos mediante cambios
paulatinos, por ejemplo, la promoción económica, social y política de la mujer.
Por una parte, en los países más desarrollados, el surgimiento de una poderosa
clase media, en buena parte gracias al desarrollo del estado del bienestar o
estado social, se entienda este como concesión pactista al desafío de las
expresiones más radicales del movimiento obrero, o como convicción propia del
reformismo social, tendió a llenar el
abismo predicho por Marx y que debería llevar al inevitable enfrentamiento
entre la burguesía y el proletariado.
Por la otra, el capitalismo fue
duramente combatido, aunque con éxito bastante limitado, por sus enemigos de
clase, enfrentados entre sí, el anarquismo y el marxismo, dividido a su vez
entre el comunismo y la socialdemocracia. En el campo de la ciencia económica,
los presupuestos del liberalismo clásico fueron superados, la economía
neoclásica, y los incentivos al consumo e inversiones públicas para frente a la
incapacidad del mercado libre o estrategias de cooperación frente al
individualismo de la mano invisible. La democracia liberal fue sometida durante
el período de entreguerras al doble desafío de los totalitarismos estalinista y
fascista, sobre todo por el expansionismo de la Alemania nazi, que llevó a la Segunda
Guerra Mundial.
Por tanto, si queremos demostrar que la Modernidad
es un modelo obsoleto y hablar de Post-Modernidad, basta con demostrar que la
esencia de la misma, es decir, la idea de progreso, ya no es vigente. Cuando
los avances tecnológicos, intelectuales, económicos, políticos y sociales
dejaron de llevar al Hombre hacia una situación cada vez mejor que la anterior,
es decir, cuando la idea de Progreso dejó de ser eficiente, es cuándo la
Modernidad se acabó, es cuando la Post-Modernidad se inició. La cuestión no es
tanto saber si tal fenómeno sucedió, sucede o puede suceder, como fechar este
paso de una era moderna a otra posmoderna, puesto que ya damos
por supuesto la existencia de una Post-Modernidad.
La Modernidad finalizó al mismo tiempo que la idea
de Progreso, dando lugar a un nuevo paradigma, llamado Posmodernidad. Este se
define a partir de la coexistencia de aspectos en apariencia
contradictorios, lo que genera una incertidumbre y, en algunos autores, un
cierto pesimismo. Pero la Posmodernidad también es el enfrenta-miento, a nivel
intelectual, a unos retos que se nos plantea conforme va evolucionando, y que
debemos superar. El camino del pensamiento posmoderno ya transcurre desde por
lo menos tres décadas, durante las cuales ha ido evolucionando.
En efecto, las bases del pensamiento
posmoderno fueron formuladas en las últimas décadas del siglo XX, una etapa muy
diferente de la actual: Jean Baudrillard desarrolla la hipótesis de lo que
llama la “era telemática primitiva”, en un momento en que la televisión empieza
a ser un medio de difusión de la información generalizado, pero ¿qué decir, hoy en día, del nuevo papel
de la Red y del las tecnologías informáticas, que casi llegan a relegar la
televisión y la radio a ser meros muebles? En 1975, Jean François Lyotard
definió los nuevos lazos sociales de entonces, pero ¿qué decir de los lazos
sociales actuales, ampliados por las llamadas redes sociales? Estas preguntas,
y otras más, hacen sentir la necesidad de una renovación, o una superación, del
pensamiento posmoderno, lo que está sucediendo desde hace muy poco.
Parece, pues, que estamos en el umbral de una nueva
era, post-posmoderna, en cuyo caso nos encontraríamos, de nuevo, ante un abismo
de incertidumbre, que solo el estudio y el análisis podrán tapar
progresivamente. Lo cierto es que, con el paso del tiempo, el distanciamiento
cronológico, se identificará con una eficacia cada vez mayor lo que realmente
ocurrió entre los siglos XX y XXI.
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