Por: Leonor Santander
En mi clase de fundamentos del mundo moderno, he aprendido
que hay que amar y sentir a Venezuela en cada paso que damos. No les voy a
mentir, lo he intentado.
Gracias a las cosas que he hecho desde que veo esta clase,
he conocido lugares increíbles y maravillosos como el Ávila, y no solo en teleférico,
sino a pie. Esta última experiencia me encanto, podría decir que me fascino. Pero
toda mi satisfacción caduco en el preciso momento cuando llegue al Humbolt y
baje por lo que antes llamábamos: “Ávila mágica”.
Seguro me tildaran de sifrina, pero créanme que al rodearme
con la gran mayoría del venezolano siento pena, y ahí es cuando pienso: tenemos
el gobierno que el pueblo se merece. No lo digo sin base, lo digo porque he escuchado
a esa gente decirnos: Ahí vienen los sifrinitos que suben el Ávila a pie, o he
sido victima de ataques en la farmacia para quitarme el último desodorante que
quedaba. Entonces aquí es donde digo: ¿Dónde
están los valores la educación y la felicidad de cómo se
describe el venezolano? Y es que creo que desde que empezó esta “revolución del
siglo XXI” la educación y los valores pasaron a formar un segundo plano.
Ahora por supuesto que amo los paisajes y los bellos
momentos que me brinda Venezuela, pero aborrezco, y esta sería la razón principal
por la cual me iría de mi país, a su gente y su pensamiento mediocre, entiendo
que no todos son iguales, pero me atrevería a decir que por lo menos el 60% del
país es de esa gente a la que no tolero ni un poquito.
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