Quid ultra faciam?
Por: Verónica Etienne
A sus 17 años, Malala Yousafzai recibe el Premio Nobel de la Paz siendo la persona más joven en ser honrada con el galardón por defender el derecho de los menores, de la mujer, promover la paz pero más importante su amor a la educación que la llevó a vivir desde muy joven infortunios a partir de la prohibición a las niñas pakistaníes de recibir educación por ordenanza de grupos talibanes. Ante su actitud de rechazo a la medida y por querer recibir una educación adecuada casi le arrebatan la vida. Eso no la detuvo en su camino y su mensaje ha sido difundido por todo el mundo.
Cuando pienso en Malala, recuerdo una frase dicha por ella que ha dejado gran impacto en mi vida “En algunas partes del mundo, los estudiantes van a la escuela todos los días. Es su vida normal. Pero en otras partes del mundo, estamos hambrientos de educación... Es como un precioso regalo. Es como un diamante.”
Ella pasó las de Cain para defender su derecho y el de otras niñas a estudiar, siendo atacada a sangre fría por terroristas. Y allí están esas personas, que deberían ser consideradas adultos que han tomado esta decisión por si mismos, ir a la universidad con el menor animo posible y sin motivación alguna.
En sus inicios, las universidades nacieron de la unión del gremio de profesores y el de estudiantes. Habia un interés por aprender, de conocer mucho más y alcanzar la verdad. Hoy en día, los estudiantes no logran ni sentirse identificados con su propia alma mater.
Se ha convertido en una rutina y han olvidado el verdadero fin de una universidad. Olvidaron que lo presentado ante ellos es un regalo preciado, que conlleva un esfuerzo, una oportunidad soñada por muchos que no tienen acceso al conociemiento al que no se abren. Ellos solo quieren un papel que diga que se dignaron a presentarse a sus evaluaciones y mantener notas decentes.
Lastima que no recuerdan cuando en primer año se les inculcó la busqueda de la verdad, la credibilidad que deben poseer y mantener a toda costa, los orígenes del hombre junto con su historia y sobre todas las cosas olvidaron porque lo aprenden. Olvidaron porque ciertas materias vuelven en el tiempo. Olvidaron que está en la naturaleza humana repetir los errores del pasado. Y sobre toda las cosas, no les interesa que es su deber como persona que se dedica a culturizarse cada día cambiar el destino de su futuro, el de su nación y el de su prójimo.
Cuando levantamos la mirada y nos damos cuenta que nuestra nación está decayendo, debería ser acción natural decidir tomar las riendas y causar cambios para bien. Utilizar los conocimientos adquiridos para inculcar en la sociedad valores positivos, sentimientos de pertenencia, compañerismo y transparencia. De unos años para acá, la gente a decidido abandonar la patria y dejar que otro se encargue. Pronto, no habrá nadie capacitado para lograrlo. Y aquel con las ganas, no tendrá el acceso a la educación que tanto anhela y necesita para lograr su fin.
Expertos hablan de una “Sociedad del Conocimiento” la cual debería traerle al país soluciones a los problemas que enfrenta y desarrollo intelectual para mejorar la calidad de vida y aumentar los resultados económicos. Y el chico que se sienta a mi lado en clase duerme profundamente cuando el profesor habla del surgimiento de las universidades.
Aún hay aquellos que no hallan su camino en el mundo, que vagan preguntándose que será de ellos en el futuro mientras tienen la oportunidad de abrir su mente al conocimiento... Toneladas de información vuela sobre su cabeza y aterriza en oídos sordos, necios y llenos de banalidad e incertidumbre. Ellos dan lástima porque no conocen el valor de lo que poseen.
Malala nunca abandonó sus raíces, las defendió y sentenció las malas practicas de los malhechores. Nunca escondió su rostro y su encuentro con la muerte inminente la fortaleció.
Quid ultra faciam? ¿Qué más debemos hacer?
“Hagamos ahora nuestro futuro, y hagamos que nuestros sueños sean la realidad del mañana. ” -Malala Yousafzai
A sus 17 años, Malala Yousafzai recibe el Premio Nobel de la Paz siendo la persona más joven en ser honrada con el galardón por defender el derecho de los menores, de la mujer, promover la paz pero más importante su amor a la educación que la llevó a vivir desde muy joven infortunios a partir de la prohibición a las niñas pakistaníes de recibir educación por ordenanza de grupos talibanes. Ante su actitud de rechazo a la medida y por querer recibir una educación adecuada casi le arrebatan la vida. Eso no la detuvo en su camino y su mensaje ha sido difundido por todo el mundo.
Cuando pienso en Malala, recuerdo una frase dicha por ella que ha dejado gran impacto en mi vida “En algunas partes del mundo, los estudiantes van a la escuela todos los días. Es su vida normal. Pero en otras partes del mundo, estamos hambrientos de educación... Es como un precioso regalo. Es como un diamante.”
Ella pasó las de Cain para defender su derecho y el de otras niñas a estudiar, siendo atacada a sangre fría por terroristas. Y allí están esas personas, que deberían ser consideradas adultos que han tomado esta decisión por si mismos, ir a la universidad con el menor animo posible y sin motivación alguna.
En sus inicios, las universidades nacieron de la unión del gremio de profesores y el de estudiantes. Habia un interés por aprender, de conocer mucho más y alcanzar la verdad. Hoy en día, los estudiantes no logran ni sentirse identificados con su propia alma mater.
Se ha convertido en una rutina y han olvidado el verdadero fin de una universidad. Olvidaron que lo presentado ante ellos es un regalo preciado, que conlleva un esfuerzo, una oportunidad soñada por muchos que no tienen acceso al conociemiento al que no se abren. Ellos solo quieren un papel que diga que se dignaron a presentarse a sus evaluaciones y mantener notas decentes.
Lastima que no recuerdan cuando en primer año se les inculcó la busqueda de la verdad, la credibilidad que deben poseer y mantener a toda costa, los orígenes del hombre junto con su historia y sobre todas las cosas olvidaron porque lo aprenden. Olvidaron porque ciertas materias vuelven en el tiempo. Olvidaron que está en la naturaleza humana repetir los errores del pasado. Y sobre toda las cosas, no les interesa que es su deber como persona que se dedica a culturizarse cada día cambiar el destino de su futuro, el de su nación y el de su prójimo.
Cuando levantamos la mirada y nos damos cuenta que nuestra nación está decayendo, debería ser acción natural decidir tomar las riendas y causar cambios para bien. Utilizar los conocimientos adquiridos para inculcar en la sociedad valores positivos, sentimientos de pertenencia, compañerismo y transparencia. De unos años para acá, la gente a decidido abandonar la patria y dejar que otro se encargue. Pronto, no habrá nadie capacitado para lograrlo. Y aquel con las ganas, no tendrá el acceso a la educación que tanto anhela y necesita para lograr su fin.
Expertos hablan de una “Sociedad del Conocimiento” la cual debería traerle al país soluciones a los problemas que enfrenta y desarrollo intelectual para mejorar la calidad de vida y aumentar los resultados económicos. Y el chico que se sienta a mi lado en clase duerme profundamente cuando el profesor habla del surgimiento de las universidades.
Aún hay aquellos que no hallan su camino en el mundo, que vagan preguntándose que será de ellos en el futuro mientras tienen la oportunidad de abrir su mente al conocimiento... Toneladas de información vuela sobre su cabeza y aterriza en oídos sordos, necios y llenos de banalidad e incertidumbre. Ellos dan lástima porque no conocen el valor de lo que poseen.
Malala nunca abandonó sus raíces, las defendió y sentenció las malas practicas de los malhechores. Nunca escondió su rostro y su encuentro con la muerte inminente la fortaleció.
Quid ultra faciam? ¿Qué más debemos hacer?
“Hagamos ahora nuestro futuro, y hagamos que nuestros sueños sean la realidad del mañana. ” -Malala Yousafzai
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