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viernes, 31 de octubre de 2014

Del deber en sociedad

Por: Jackeline Da Rocha

“¡Desgraciado aquel que no sabe sacrificar un día de placer a los deberes de la humanidad!”

El Diccionario de la Real Academia Española asigna al vocablo deber las siguientes acepciones:
deber1. (Del lat. debēre).

1. tr. Estar obligado a algo por la ley divina, natural o positiva. U.t.c. prnl. Deberse a la patria.
2. tr. Tener obligación de corresponder a alguien en lo moral.
3. tr. Cumplir obligaciones nacidas de respeto, gratitud u otros motivos.
1. m. Aquello a que está obligado el hombre por los preceptos religiosos o por las leyes naturales o positivas. El deber del cristiano, del hombre, del ciudadano.
En su obra Del Contrato Social, escribía Rousseau que “el hombre es, de todos los animales, el menos capaz de vivir en rebaño. La naturaleza ha hecho al hombre feliz y bueno, pero la sociedad lo deprava y lo hace miserable”. Su respuesta a este problema es precisamente la teoría del contrato social; consistente de un acuerdo entre los miembros de un grupo que admite el establecimiento de una autoridad mayor y una normativa a la cual se someten en un compromiso mutuo, a cambio de beneficios como protección, como entre un Estado con relación a sus derechos y deberes y los de sus ciudadanos.

La esencia del acuerdo es renunciar a la libertad del estado natural a cambio de ciertos derechos y una libertad y orden técnicamente artificiales, junto con una autoridad que lo haga cumplir.

Y es por consiguiente un precepto que todo hombre debiera esforzarse por la paz, en la medida que espere obtenerla, y que cuando no puede obtenerla, puede entonces buscar y usar toda la ayuda y las ventajas de la guerra.

Como ciudadanos nuestra parte del contrato se basa en el respeto y la colaboración, respeto por los demás participantes, por las reglas impuestas, por la autoridad que las hace cumplir y por la misma unión social en que hemos de ejercer todo esto. Siendo así, lógicamente nuestra participación se ve restringida por la de aquellos que nos rodean: por los límites que implican para nosotros sus derechos y por lo que nosotros debemos comprometer por los nuestros.

“Trabajar es un deber indispensable al hombre social. Rico o pobre, fuerte o débil, un ciudadano ocioso es un bribón”

No hay deber sin derecho y no hay derecho sin sacrificio. La igualdad y la justicia implican ambos.  Para vivir en sociedad se deben experimentar el beneficio y el dolor, los huéspedes no tienen derecho de quejarse. El otro contratante debe también: cumplirá con la dirección, con ver que cada quien disfrute de su calidad de ciudadano y que se respete la ciudad a disfrutar; con que el acatamiento se dé de ambos lados, con que las instituciones sirvan y de ellas se pueda servir el pueblo, con que el reglamento artificial dictamine un bien y un mal para guiar a todos los contribuyentes.

Más allá de la compleja profundidad de las infinitas relaciones de una sociedad específica, el contrato (ergo, el deber) empieza desde dentro de ella: Deberse a la patria... ¿Quiénes somos para negar nuestro origen, la tierra que nos sostiene y su aire que nos arropa? Al menos le debemos en correspondencia el respeto que infunde. Debemos de deuda. Es justo y necesario que tomemos parte de la protección de nuestro patrimonio y sepamos mantener lo que representa.

El pasado de nuestra tierra es el nuestro. El origen de nuestro origen es y será por siempre una sola historia. Los símbolos patrios deben ser más que una imagen, los himnos más que canciones; no en vano representan los valores que forjan un umbral que compartimos y hoy, más que nunca, debemos defender como nuestro.


En nuestra historia estamos nosotros mismos: si no nos conocemos ¿qué esfuerzos tenemos que escudar y quién nos amparará? Los ideales vacíos son el producto de generaciones de superficialidad y despreocupación, ¡no nos permitamos caer en la retórica del tirano! Todos para uno y uno para todos.

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